Al llegar a casa, mi mente seguía prisionera de aquel momento en la sala, del roce de sus manos, del calor de sus labios en mi piel. Mientras mi esposo hablaba sobre la cena y las risas que compartimos, mis pensamientos vagaban hacia otro lugar, uno donde el peso de aquella noche aún flotaba en el aire.
Nos preparamos para dormir, pero cada movimiento, cada roce accidental, me recordaba lo que había sucedido. Cuando finalmente me acosté, sentí el cuerpo de mi esposo acomodarse a mi lado, completamente ajeno al torbellino que se desataba dentro de mí. Mi mente recreaba una y otra vez el beso prohibido, el deseo apenas contenido, la adrenalina de lo que casi sucedió y que podría haber ido mucho más allá.
Esa noche, mientras intentaba conciliar el sueño, un mensaje iluminó mi teléfono. Mi corazón dio un vuelco al ver su nombre en la pantalla. No esperaba volver a saber de él tan pronto, y mucho menos en ese momento.
«No puedo dejar de pensar en lo que pasó. ¿Tú?»,
decía el mensaje, sencillo, directo, como una llama avivando el fuego.
No respondí de inmediato. Dejé el teléfono a un lado, como si el peso de sus palabras pudiera disiparse. Pero, claro, no fue así. Me removí entre las sábanas, incapaz de ignorar la intensidad de lo que había comenzado, la conexión innegable entre nosotros. Minutos después, tomé el teléfono nuevamente. Escribí, borré y volví a escribir hasta que, finalmente, me atreví a enviar la respuesta que tanto él como yo sabíamos que llegaría.
«Tampoco puedo olvidarlo.»
El silencio posterior fue casi ensordecedor, pero no era incómodo. Era como si los dos estuviéramos esperando el momento adecuado, el siguiente paso que sabía, en el fondo, llegaría tarde o temprano. El mensaje que siguió fue simple, pero lleno de significado.
«¿Cuándo te veo de nuevo?»
A la mañana siguiente, los rayos del sol iluminaban la habitación, pero yo aún sentía el calor de sus palabras. Mi esposo seguía durmiendo a mi lado, completamente ajeno al torbellino que se desataba dentro de mí. Me levanté con cuidado, tratando de no despertarlo, y me dirigí al baño. Mientras me miraba en el espejo, mi mente viajaba a lo que podría suceder, a lo que ya había comenzado en una noche que jamás imaginé que cambiaría tanto.
Mi teléfono vibró nuevamente. Otro mensaje.
«Dime que también lo sientes. Que quieres más.»
Mi dedo vaciló sobre la pantalla. Podía sentir cómo se abría ante mí una puerta a lo desconocido, llena de emociones nuevas, prohibidas, pero intensamente irresistibles. Me tomé un momento para respirar antes de escribir una respuesta que sabía que sellaría el destino de lo que estaba por venir.
«Sí.»
Una Noche de Revelaciones – Parte 2