Una Noche de Revelaciones – Parte 1

La noche era cálida y el ambiente en la cena estaba lleno de risas y conversaciones ligeras. Mi amiga había organizado la velada, una ocasión sin pretensiones, solo para pasar un rato entre amigos. Su esposo, siempre atento, intercambiaba comentarios joviales con mi marido, mientras que yo, como es costumbre, había optado por un vestido elegante pero sugerente: un diseño negro, corto y con un discreto escote.

El aire ligero de la conversación se detuvo por un segundo cuando, sin pretenderlo, al ajustar el borde de mi vestido, rocé la pierna de su esposo bajo la mesa. El contacto fue tan fugaz como inesperado, pero cuando levanté la mirada, vi que él ya me observaba. Sus ojos, llenos de una emoción que no podía descifrar, destellaron un instante. No había palabras, solo el peso del silencio que compartimos entre risas ajenas.

Minutos después, su mano se posó suavemente sobre mi muslo. Mis latidos se aceleraron, pero no hice ningún gesto para detenerlo. Las yemas de sus dedos se deslizaron con delicadeza, provocando una sensación eléctrica que recorría mi piel. Cada caricia, calculada y cautelosa, aumentaba la tensión entre nosotros, una tensión invisible pero palpable.

Mientras nuestras parejas seguían hablando, su mano viajaba, lenta y meticulosa, acercándose a los límites que no debía cruzar. Y sin embargo, ahí estábamos, compartiendo un secreto que, en otra situación, hubiera sido impensable. Cuando mi amiga sugirió que nos mudáramos a la sala para estar más cómodos, la magia de ese momento quedó suspendida, pero la promesa de lo no dicho colgaba en el aire.

Nos levantamos y nos dirigimos a la sala. Aunque las luces eran suaves y el ambiente acogedor, sentía la intensidad de su mirada fija en mí, mientras el resto conversaba sin percatarse del fuego que ardía bajo la superficie. Me senté en el sofá, cruzando las piernas con elegancia, tratando de disipar la inquietud que me recorría. Pero en lugar de calmarme, el roce de la tela suave contra mi piel solo avivaba esa sensación de peligro que tanto me atraía.

Mi amiga y mi marido seguían sumidos en su charla cuando, de repente, la puerta sonó. Mi amiga se levantó para atenderla, llevándose a mi esposo con ella para mover el coche. Por un instante, el silencio se instaló en la sala y, con él, la certeza de lo que estaba por suceder.

No habíamos intercambiado palabra alguna, pero bastaba una mirada. Él se acercó, y antes de que pudiera reaccionar, sentí su mano rozar mi nuca, enredándose en mi cabello con una firmeza suave pero decidida. Me giré hacia él, nuestras respiraciones entrecortadas, y en un acto reflejo, nuestras bocas se encontraron.

El beso fue profundo, cargado de una pasión contenida durante demasiado tiempo. Sus manos, cálidas y decididas, recorrían mi espalda, trazando un mapa de deseos inexplorados, y me aferré a él como si el mundo alrededor desapareciera. El roce de sus labios sobre mi piel era como una caricia que no necesitaba ser explicada, y yo, perdida en ese momento, lo seguía.

“Sabía que lo querías tanto como yo”, susurró cerca de mi oído, su aliento cálido provocando un escalofrío que recorría todo mi cuerpo. Mi respuesta no fue verbal, solo un suspiro cargado de rendición, mientras sus manos se deslizaban lentamente hacia mis caderas.

El sonido de las llaves en la puerta nos devolvió a la realidad. Nos separamos rápidamente, recuperando la compostura justo a tiempo. Mi amiga y mi marido entraron a la sala, completamente ajenos al temblor que aún recorría mi piel, al temblor de lo que había sido y lo que podría ser.

Nos despedimos como si nada hubiera ocurrido. La noche terminó con normalidad, pero el eco de lo vivido quedó grabado en mí, como una promesa que quizá se cumpliría algún día.

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HotWife, por primera vez.