La Noche de Halloween en el Rancho – Parte 2

Justo cuando terminaba de ponerme la sábana y ajustar las cadenas, la puerta del vestidor se abrió sin previo aviso. Ahí estaba Estela, luciendo un ajustado conjunto de cuero negro que le hacía ver más intimidante que nunca. La luz tenue resaltaba cada curva de su cuerpo, y la sombra de sus ojos se veía intensa bajo el maquillaje oscuro. Se quedó en la puerta mirándome, con una expresión que mezclaba curiosidad y… ¿dominación?

—¿Qué haces aquí sola, fantasmita? —dijo, cruzando los brazos con una sonrisa apenas perceptible.

Sentí que el corazón me latía más rápido. Me quedé inmóvil, como si su mirada tuviera el poder de dejarme paralizada. Antes de que pudiera responder, ella se acercó lentamente, dejando que el eco de sus tacones resonara en el cuarto pequeño. Me tocó el hombro y, con una voz baja, añadió:

—Hoy, yo pongo las reglas. Y tú… harás todo lo que yo diga.

Su tono era firme y me erizó la piel. La parte racional de mí sabía que podía salir de ahí en cualquier momento, pero una parte más profunda, aquella que pocas veces reconocía, deseaba quedarse y obedecer. Estela me miró con una mezcla de desafío y deseo, y antes de darme cuenta, mi cuerpo respondió sin que yo pudiera evitarlo.

—Ven aquí —ordenó, jalándome suavemente hacia ella.

Atrapada entre sus brazos, me sentí vulnerable y excitada al mismo tiempo. Estela acercó su rostro al mío, pero en lugar de besarme, sus labios rozaron mi oído, susurrando:

—Esta noche, eres mía.

La tormenta afuera aumentaba su intensidad, el sonido de los truenos parecía sincronizarse con los latidos de mi corazón. Su cuerpo se movía contra el mío, guiándome hacia la cama con una mezcla de firmeza y suavidad. Me empujó suavemente sobre el colchón, y antes de darme cuenta, sus manos expertas habían asegurado las cadenas alrededor de mis muñecas, dejándome atrapada en una posición que no había experimentado antes, pero que extrañamente, me hacía sentir segura.

Estela me miró desde arriba, sus ojos brillando con una intensidad que me hacía temblar. Se acercó y, con un dedo en mis labios, me hizo callar. La noche apenas comenzaba, y en esa habitación apartada del rancho, Estela y yo nos adentramos en una danza de poder, deseo y sumisión que jamás imaginé que experimentaría.

La fiesta de Halloween en el rancho resultó ser una revelación, una experiencia que cambiaría para siempre la manera en que veía el deseo, y la manera en que me veía a mí misma.

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