Era mi cuarto mes trabajando en el centro de atención a clientes más grande de Querétaro. Me había mudado de Ciudad de México, buscando nuevas oportunidades y, para ser honesta, escapando de una relación que ya no daba para más. Querétaro era tranquilo, bonito, pero después de algunos meses de rutina, sentía que algo me hacía falta. Quizás por eso, cuando la empresa anunció que harían una gran fiesta de Halloween en un rancho apartado en la Sierra Gorda, algo en mí se encendió. Había rumores de que era una fiesta intensa, llena de sorpresas y… juegos para adultos. Mi curiosidad me ganó y acepté sin dudarlo.
La noche de la fiesta, el plan era simple: nos recogerían en un autobús en la puerta del edificio donde estaba el call center, y después de una hora de camino nos llevarían al rancho donde sería la fiesta. El trayecto era largo, y ya empezaba a oscurecer. Al mirar por la ventana, sólo veía la silueta de las montañas y el reflejo de mis compañeros, algunos de ellos tomando tequila de una botella que alguien había pasado de contrabando.
Entre el grupo estaba Paulina, nuestra gerente de operaciones. Era una mujer joven, de unos 28 años, inteligente y siempre amable. Había llegado hace poco de Monterrey y se había ganado la simpatía de todos. Su energía positiva era contagiosa, y su sonrisa era tan sincera que era fácil confiar en ella… aunque, en secreto, mis fantasías con Paulina no eran nada inocentes.
También estaba Estela, nuestra supervisora, quien era algo así como la reina de la oficina. Su padre era estadounidense y su madre mexicana, y había crecido en ambos países, así que tenía un aire misterioso y una belleza poco común. Alta, de cabello oscuro, con una mirada penetrante y labios siempre pintados de rojo. Estela era un enigma y sabía cómo dominar una habitación sin esfuerzo. Cada vez que me miraba, sentía un escalofrío recorrerme la espalda.
Cuando llegamos al rancho, el paisaje se volvía más sombrío. Un camino estrecho nos condujo a través de campos oscuros hasta una construcción antigua, de estilo colonial, con arcos y una gran torre que se levantaba en la penumbra. La brisa fría de la sierra nos recibió al bajar del autobús, y todos tomamos nuestras pertenencias mientras Paulina nos esperaba en la entrada, luciendo un disfraz de bruja que parecía hecho a medida.
—¡Bienvenidos a la fiesta de Halloween! —exclamó con entusiasmo—. Esta noche, quiero que dejen atrás sus preocupaciones y se dejen llevar. Quién sabe qué sorpresas nos tiene preparadas este lugar…
La mayoría de mis compañeros soltaron risas nerviosas, pero yo sentí un leve escalofrío. Algo en la forma en que Paulina lo dijo me hizo pensar que había algo más detrás de esas palabras.
Nos asignaron habitaciones compartidas, y a mí me tocó con Hugo, un compañero bromista que había llevado su propia petaca de mezcal. Antes de ir al salón principal, nos tomamos un par de tragos y escuchamos cómo afuera comenzaba a caer una ligera llovizna, que pronto se convirtió en una lluvia intensa, acompañada por truenos lejanos que resonaban en las montañas.
—¿Dónde está Estela? —preguntó Hugo, mirando alrededor con la botella de mezcal en la mano.
Justo en ese momento, Paulina se acercó y nos entregó unos sobres en la entrada del salón.
—En estos sobres encontrarán sus roles para el juego de esta noche y las instrucciones para la primera actividad. —Su voz era calmada, pero había un destello de diversión en su mirada—. ¡Diviértanse!
Abrí el sobre y encontré una tarjeta que decía «Fantasma atrapado» junto con una serie de indicaciones. Mi disfraz consistía en una sábana blanca y unas cadenas de utilería que estaban en uno de los vestidores del rancho. Sentí una mezcla de intriga y excitación, algo en esa atmósfera me hacía sentir como si estuviera a punto de descubrir un lado oculto de mí misma.
Después de tomar el mezcal con Hugo, fui al vestidor donde estaban mis «prendas». El vestidor era una pequeña habitación de piedra, con muebles antiguos y una cama con dosel. La lluvia golpeaba las ventanas, creando un ambiente de misterio y anticipación. Me cambié lentamente, quitándome la ropa mientras me miraba en el espejo, preguntándome si alguien en el pasillo podría estar observando.
La Noche de Halloween en el Rancho – Parte 1